8/25/2008

El capitalismo y la globalización son lo mejor que le ha podido suceder al capital, la forma más adaptada a la civilización. Para la humanidad y para el resto de seres vivos, lo peor. A nadie le favorece pasar a formar parte del capital, de una gran cadena de engranajes. Todo se convierte en mercancía: no sólo los productos sino también los productores, que son convertidos en nuevos productos comerciables. En un mundo donde no sólo convivimos entre cosas sino también como cosas, un producto económico puede ser más importante que un individuo. La ilusión de la libertad le ciega y le obliga a perseguir esa calidad de importancia dentro del espectáculo mercantil: el individuo se convierte en cosa, es empujado a desear serlo para ser aceptado. El rey Midas es recibido con los brazos abiertos.

Aquellos que buscan el control de la riqueza y su distribución por medio de un ente separado de la sociedad (el estado) no quieren algo muy diferente de lo que buscan aquellos que ponen las manos en el fuego por quienes, en base a su capacidad intelectual, se apropian de la riqueza y la distribuyen como salario (jefes, patrones o sus intermediarios: sindicatos). Ambos siguen sumergidos dentro del mismo gheto ideológico. Sus objetivos son los mismos. Todos quieren gestionar la producción, pero mantenerla implica tolerar su autoridad: la división del trabajo, la especialización. Ello suprime cualquier posibilidad de libertad individual.

Las teorías que proponen un sostenimiento social basado en la producción económica sólo se diferencian entre si por ser unas más discretas que otras, por más que unas sean menos hipócritas que todas las demás. Lo único que nos pueden ofrecer toda esta clase de propuestas es un mejor salario o un mejor reparto de riqueza. Todas quieren conservar el botín preciado: el capital. Y no es eso solamente. Quieren seguir produciéndolo, sin importarles como se produzca este, o si a caso la producción sea el verdadero impedimento para la libertad de las personas.

El liberalismo es tan carente de libertad y conservador como lo son el comunismo de estado o el socialismo. Todos renuncian a la libertad cuando nos adjudican roles productivos, sea conservándolos (burgueses y proletarios) o aplicando pequeñas variantes (representantes de los proletarios y proletarios). Ni los explotadores ni los explotados pueden disfrutar de la vida y el placer, tan sólo de la miseria, la rutina y el aburrimiento.

Los roles impiden la libertad individual. Los roles son la renuncia a la experimentación y creación de cada instante de nuestras vidas. Asumir un rol nos obliga a repetir de manera continua determinadas conductas ajenas a nuestros deseos inmediatos, nuestros deseos verdaderos. La imitación es la carencia de autenticidad. Los roles nos aíslan de las personas que más queremos en los momentos que las necesitamos. En una sociedad mercantil encontrarnos con las personas que queremos y disfrutar la vida es un rol más, no una construcción autónoma de la vida. Es el tiempo de recreo que se nos regala por nuestro sacrificio y durante el cual –además- debemos estar pensando en que pronto debemos abandonarlo.

Si aceptamos los roles es por que ellos se adaptan a esta sociedad. Lo cual implica no desafiarla, sino querer mantenerla. Quien busca la libertad a partir de un rol, se está engañando, o nunca antes conoció la libertad y probablemente nunca la conozca. Conociendo lo que son los roles, ya sabemos hacia donde se está dirigiendo realmente.

En toda sociedad moderna existe una clara división del trabajo que implica una angustiante proliferación de los roles. Son beneficiados directamente aquellos que poseen los medios de producción, los demás, quienes no los poseen, son sus subordinados: sus esclavos asalariados. Los únicos beneficios posibles en esta clase de sociedades son económicos. La libertad es, en última instancia, un objetivo ficticio, una recompensa más, no una forma de vida.

Estos nuevos funcionarios de la policía de la realidad no están preocupados en si la productividad y el desarrollo interfieren y hacen mediocre la vida de las personas, principalmente por que no están preocupados en la vida de las personas sino en sus capacidades productivas. La forma como emplean su capacidad intelectual los instrumentaliza para producir instrumentos útiles para seguir instrumentalizando la vida. Pero la libertad no se puede obtener de una fábrica, ni mucho menos en un supermercado. Los problemas reales de la vida de las personas no se pueden obtener a partir de la resolución de problemas matemáticos. Si nos pasamos la tercera parte de la vida produciendo tecnologías, para suplir las carencias que ellas nos impiden realizar, el problema no será que las máquinas adquieran cualidades humanas, sino que los humanos adquiramos una vida de máquinas.

Si Dios fuese empresario, todos aquellos que defienden esta clase de teorías portarían una cruz colgada en el pecho. Pero, Dios no existe. Lo que existe es el valor simbólico del capital, que no es conservado en el pecho, pero si en sus mentes y bolsillos con una ferviente devoción. Quien no cumple los mandamientos del trabajo, no merece la vida y es sancionado o desterrado por los nuevos profetas del capital. Hay que ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente, entonces. La vida deja de ser un juego espontáneo y libre y se convierte en espectáculo mantenido por la frialdad de la economía y la dictadura del reloj.

3 comentarios:

Álvaro dijo...

Destruyamos los relojes, para empezar. Conservemos sólo los que sirven para propósitos científicos.

Anónimo dijo...

Ay como te odiooo! te odio te odio te odiooooooooooooooooooooo.
Te odio, idiotaaaaaaaa!

Cauac dijo...

Prometen, prometen,
creemos, creemos.Y luego resulta que nos traicionaron, que no era lo que imaginábamos, pero seguimos creyendo, porque siguen prometiendo, alimentando nuestra fácil esperanza en un mundo podrido.
Tristeza, ausencia de emociones, ansiedad. Peces boqueando fuera del agua buscando oxígeno en una realidad ajena. Urracas acumulando monedas. Y ante todo, prisa, mucha prisa. Ritmo frenético, otoño permanente.