7/13/2008

Espacios muertos

Todas las instancias de la vida están infectadas por el sistema: no sólo el tiempo del trabajo, sino también el de ocio, dentro y fuera de la cama y de la fábrica; no sólo culturalmente, en sus centros de domesticación y sus calles llenas de propaganda publicitaria sino también de manera práctica, en la vida cotidiana, con seres vivos vendiéndose unos a otros, cumpliendo roles y facetas, defendiendo objetos y conviviendo como si también fuesen objetos; no sólo con lo que se piensa, ni con lo que se pretende, sino también con lo que se hace, incluso hasta cuando se fracasa, cuando la gente no se adapta, lo lamenta, y busca la forma de ser un bombero del sistema para resolver sus problemas. Aunque unos lo oculten más que otros, todos los caminos están destinados a lo mismo: Producir para el sistema. Nadie quiere parar. Se puede llorar, se puede morir, se puede incluso dejar de sentir, y de eso se trata, pero nunca dejar de producir, nunca dejar de progresar, de trabajar, de acumular, de comprar, de poseer, de vender, de adquirir estilos de vida, de planificar rutinas, de controlar cada minuto de una vida ya muerta en lugar de crear situaciones jamás conocidas, en lugar de sentarse y mirar simplemente como el color del cielo cambia, o de levantarse y experimentar lo que es correr sin mayor expectativa que la de sentir las aceleraciones del pulso, de flexionar el cuerpo, de ver más gente corriendo alegremente y transpirar con ella. Pero no. Hemos elegido dejar de crear caminos para subir al autobús y dirigirnos a los mismos destinos de siempre, hacia los mismos lugares, con la misma gente, en busca de lo mismo. Esta vida no es más que una repetición de situaciones. Sólo se respira trabajo y consumo. Vivir ya no es satisfactorio, estamos obligados a respirar.

Bajos estas condiciones ningún suspiro de libertad es posible. Ningún rincón del sistema puede ofrecer más que opresión y aburrimiento, ninguna alegría, sólo odio, rabia y deseos de acabar con cuanto muro se presente. Nada. Un policía sonriente también merece ser golpeado, hasta que se quite la máscara. No existe un solo lugar donde pueda respirarse, donde pueda sentirse un aroma de libertad, al menos no del modo como nos los presentan, pero puede gozarse de momentos, sólo aquellos que crea uno mismo, de situaciones creativas, cuando estos espacios, aquellos que más se odia, son transformados en aquellos que más se aman. El sistema no nos puede ofrecer un ambiente propicio para vivir, menos para combatirlo, somos nosotros quienes hemos de crearlo. Empezamos con nosotros mismos, con nuestros propios cuerpos como espacios dispuestos a experimentar sucesos eróticamente revolucionarios, como paraísos sin fronteras donde se conspiran las futuras ruinas de Babilonia. Desde dentro, todo lo que nos queda, lo que queremos ofrecer a quienes intentan organizar nuestras vidas y proteger nuestros cuerpos: vómitos incontrolables que desaten la insurrección.

1 comentario:

Cauac dijo...

Quizás ya no sea cuestión de pensar, crear y defender una forma de vida donde la vida sea vida y no existencia, sino en confiar en ella, en nuestra idea, nuestro sueño, creerla y expresarla, darle vida, llevarla a cabo de forma natural, sin parches, ni disfraces.

Los sueños nacen del subconsciente para ser llevados a cabo. Son el puente, la herramienta para cambiar la realidad.

Un soplido de aire libertario...