5/09/2008

¡No pedimos nada!

No queremos elaborar, proponer, ni pedir mejores leyes. Tampoco pensamos que su incumplimiento sea el causante de la tragedia de nuestras vidas. Queremos –en el mejor de los casos- que no existan. O –en todos los demás- que sean desobedecidas, boicoteadas, ironizadas e incumplidas por cuanto impidan el desarrollo de nuestros deseos de libertad y alegría de vivir.

Ninguna nueva ley cambiará nada. Vivimos el mundo de las leyes y estas no funcionan. Y si funcionasen sería en contra de nuestra voluntad, al igual que hoy, de la manera más arbitraria o con una sociedad completamente hipócrita. Si las leyes funcionasen, sería en favor de si mismas o de quienes las manejan, no de nosotros. El cambio consiste en lo opuesto a lo que se busca comúnmente, es decir: en acabar con todas las leyes. Tampoco hemos de olvidarnos de quienes las manejan, de qué modo son distribuidas y asimiladas por la población, pero sobre todo los fines que persiguen.

El gobierno no puede aceptar ninguna ley que lo declare abolido. El sistema no se puede combatir legalmente. Legalmente sólo puede esconderse, ocultarse, mostrarse con nuevos disfraces, mutar cínicamente, acomodarse sin perder sus beneficios, maquillarse; ya que todas las leyes, y sus reformas, son armas del sistema.

Cuando defendemos las leyes como arma de transformación social es que, en realidad, estamos defendiendo nuestras cadenas. Queremos hacerlas más bonitas, más livianas, menos pesadas. Engañarnos. Fingir que algo cambia fuera, mientras todo sigue teniendo dueños y continuamos siendo acosados por la economía, obligados a pagar para vivir. Celebrar por una fiesta ajena, celebrar la participación voluntaria de nuestra propia esclavitud, la garantía de vivir en paz dentro de nuestras propias tumbas.

Pero no sólo eso. Cuando defendemos las leyes nos convertimos en piezas útiles para el rompecabezas social, económico y militar de quienes las manejan. Nos colocamos del lado de nuestros enemigos y sus instituciones de aburrimiento burocrático o decidimos barrer a algunos de ellos, únicamente por su condición simbólica y mediática, con sus propias escobas: Estado, Patria y Religión. La verdadera función de todo estado no puede ser otra que mantener el control de la población a través del miedo. La diferencia entre uno fascista y uno democrático es que uno es muy descarado y otro muy hipócrita. Al igual que todos aquellos que los defienden.

1 comentario:

ro. dijo...
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